Saqueo en la iglesia de San Nicolás

Con motivo del robo sacrílego de la iglesia de San Nicolás del Puerto, de que ayer dimos noticia, se expresa así da los siguientes pormenores la Paz de Sevilla del 29:

“Hemos vuelto a los peores días en que las partidas de Zamariilla y el Chato de Benamejí tenían aterrada esta provincia. Los robos sacrílegos se repiten con una frecuencia espantosa. Al de la iglesia de Umbrete de que dimos cuenta hace pocos días, se agrega hoy tristemente el de la de San Nicolás del Puerto. Saqueo más completo, profanación más horrenda apenas se habrán consumado. Ni Sagradas formas, ni copones, ni cálices, ni custodia, ni nada de lo que sirve para la celebración de los augustos misterios ha sido respetado; ¡no ha podido ni decirse una misa! Esto es tremendo, y las autoridades gubernativa y militar deber redoblar su celo en persecución de tan tremendos crímenes. La repetición de hechos tan atroces indica sobradamente la existencia de una organización, cuyos hilos hay que buscar a toda costa. He aquí la relación que el señor cura de aquella villa hace a un amigo, pocos momentos después de tan desgraciado suceso:

“SAN NICOLÁS DEL PUERTO 24 DE mayo de 1853.-Estoy muerto y no sé cómo puedo mover la pluma para escribirte; pero aunque dislocado, quiero desahogar mi pena y el laberinto de ideas que en este momento me afligen. Después de diez y seis años de destierro, conforme siempre con la voluntad de Dios, que así lo habrá dispuesto para bien de estos infelices, y que esta pobre iglesia tuviese culto, para cuyo fin no ignoras cuál ha sido mi solicitud en proveerla de todo lo necesario, ahora que estaba lleno de gloria viéndolo todo a mi gusto, solemnizando las fiestas según su rito, y en fin, en medio de su pobreza, ya parecía casa de Dios, me acomete la mayor desgracia y la que acaso me quite la vida. Esta mañana, como tengo de costumbre, salí cuidadoso a preparar la lámpara, poner recado y tocar a la primera misa, cuando noto me han falseado el postigo de la iglesia; entro, y no sé cómo pude moverme cuando vi los vestigios horrorosos de habérmela robado, salí dando voces, y en el momento se reunió todo el pueblo; vamos a la sacristía, en la que tenía la mayor confianza de que su puerta no me la falseasen, por ser puertas nuevas, y haberlas echado una cerradura con cerrojo fuerte, temiéndome lo mismo, y encontramos, que por un lado, el tabique unido al bastidor habían con palanca hecho en él una abertura suficiente para entrar un hombre; echo mano al cerrojo, el cual tenían doblado, y por cuya causa no se podía abrir; pero golpeando para enderézale se quebró; entramos y la hallamos totalmente saqueada; faltando dos cálices únicos que tenía. De modo que hoy no hemos dicho misa, ni la diremos, si no nos prestan uno de las iglesias de los pueblos inmediatos. La custodia que era pieza que no la tenían muchas parroquias, el incensario y naveta, la llave del sagrario, dos coponcitos que estaban dentro derramando las formas unas dentro y otras sobre el altar; la hostia grande para manifestar estaba metida en el viril por haberse servido el día anterior, y estar ya próximo el día del Corpus; la echaron fuera, y se llevaron el viril, las potencias del Señor de la Piedad, y todos los milagros que tenía San Diego pendientes de la cuerda, las conchas de plata para bautizar: en una palabra, no han dejado señal de plata alguna: sólo la cruz parroquial, y el copón grande que los tenía en mi casa. No puedo más, pues no sé lo que me hago: hoy mismo oficio a su Emma., (¿?) y también a Góngora notificándoles estas desgracias; pero no sosiego si no las comunico a ti al mismo tiempo, y veas que se dice en Palacio, que más despacio hablaremos.”

A propósito de esto dice el Diario de Sevilla del 30:

“Sabemos que tan luego como tuvo conocimiento el señor gobernador de la provincia del robo sacrílego cometido en la iglesia de San Nicolás del Puerto, adoptó dicho señor medidas oportunas y eficaces, públicas y reservadas para el descubrimiento de los autores de tan grave crimen. Nos parece que al ocuparse un colega de este lamentable suceso, concertado misteriosamente y ejecutado burlando la vigilancia de la autoridad local y del cura, por hombres malvados de los que por desgracia abundan en todos los países, exagera en los colores y reflexiones con que lo presenta, pues por más que reconocemos y deploramos la gravedad del crimen cometido, la situación de nuestro territorio no es por fortuna la de los calamitosos tiempos que recuerda La Paz.”

(EL CATÓLICO, periódico religioso y monárquico.  3 de junio de 1853, página 2)

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