Recuerdo que cuando era pequeño era feliz.  No es que ahora sea mucho más mayor, pero sí menos feliz.

         Recuerdo un pueblo casi mágico.  El tiempo allí parecía que apenas pasaba (ahora me doy cuenta de lo rápido que es su paso).  Entonces las cosas eran muy diferentes a lo que son hoy.  Las gentes de aquel pueblo eran sencillas, con todo lo bueno y lo malo que esto conlleva.  Pero al fin y al cabo los hombres son todos iguales, lo único que los diferencia es la forma de ocultar sus deseos y sus miedos, y aquéllos los ocultaban mucho menos de lo que lo hacen hoy en día.  Quizás también ayudaba el hecho de que, al yo ser más pequeño todavía, podía ver las cosas sin los prejuicios que adquieres de mayor.  Sea como sea, lo que recuerdo es que era feliz.

 Pero no sólo los habitantes de aquel pueblo hemos cambiado, sino el pueblo en sí.  Antes había sitios donde sólo nosotros éramos los reyes.  Nadie podía entrar en nuestro reino, salvo nuestros enemigos del otro bando cuando había una guerra con ellos.  Y luchábamos por defenderlo, ya lo creo que luchábamos.  Más de uno derramó un poco de sangre y algunas lágrimas cuando se perdía una batalla.  Entonces todavía creíamos en algo. Nuestros reinos eran las arboledas, los zarzales, el río, las montañas.  Allí dábamos rienda suelta a nuestra imaginación.  Para nosotros, aquello era una gran selva y nosotros sus indígenas.  Otras veces éramos unos grandes exploradores, en busca de un magnífico tesoro.  Incluso había veces en que nos convertíamos en grandes filósofos de la antigua Grecia (de la cual aún no teníamos ni la más remota idea), en busca de las respuestas a las más elementales presuntas de la vida.  ¡Qué diferente lo que nosotros imaginábamos a lo que hemos aprendido después!

 Recuerdo pasadizos secretos entre las zarzas, y al final nuestro campamento, donde teníamos escondidas nuestras armas (unas cuantas espadas, lanzas y arcos de madera), donde hacíamos los planes, donde fumábamos nuestro primer cigarro o veíamos la primera mujer desnuda en una revista.  Cuando no había peleas con nuestros rivales, inventábamos unos enemigos con unos cuantos platillos de cerveza y el cuello roto de alguna botella.  Los colocábamos en formación y, a continuación, nos alejábamos para destruirlos a pedradas.  Ahora, a nuestros enemigos no los podemos derribar a pedradas.

 Poco a poco, todo aquello se fue perdiendo.  Nosotros empezamos a crecer más de la cuenta, descubrimos otras cosas y olvidamos aquello que nos había mantenido unidos en la camaradería y en la ilusión.  También nuestros territorios fueron invadidos por unos enemigos mortales: las personas mayores del pueblo los llamaban turistas.  Estos fueron ocupando nuestros reinos como colonizadores en una tierra primitiva y atrasada, y gracias a ellos nuestro pueblo ha evolucionado hacia el progreso v la modernidad.

 Hoy en día, alguna vez, cuando hemos bebido más de dos cervezas, recordarnos en la barra de algún bar aquellos tiempos y se nos llena el alma de melancolía.

 

Eulogio