El invitado

 

    Tal vez me despertó aquel gélido aire que bajaba de las montañas, o el manto de escarcha que me recubría.  Lejos, se oía lo que parecía una ambulancia , y el ulular de los cárabos a la alborada.  Tras de mí, escuchaba un leve murmullo de voces.  " Está helado" decían " habrá muerto".  Y el silbido del viento que baila con la hojarasca.  El griterío de los pájaros me despertó.  Todo había sido un sueño.

    Salí de la tienda de campaña, que olvidé cerrar la noche anterior, y observé que todo afuera recobraba vida.  Las hojas de los árboles se doraban con el sol, y la hierba relucía con el rocío de la noche anterior.  El suelo estaba recubierto de una nívea capa de escarcha.  El cielo estaba nublado, con trazos ambarinos y amarillentos de una aurora discreta.

    El camping estaba desierto, y los aspersores giraban silenciosamente.  Estuve caminando durante varias horas.  No había nada en el camino, solo álamos y olivos, y la oscura silueta de un arrendajo me interrumpieron.  Fui hacia el pueblo , y el sonido fue intensificándose: el traqueteo de los tractores, el balido de las ovejas, pasos entre las altas hierbas... Me crucé con un pastor, y lo saludé, obteniendo el silencio por respuesta, parcela sumido en su pensar.  Un gato gris maulló al verme, y huyó entre las piedras.  La torre de la iglesia se distinguía ya, cuando varias mujeres pasaron junto a mí. Su conversación era muy atropellada, y entre los resoplidos , entendí algo sobre un pobre muchacho.  Tras ellas, caminaba desgarbadamente un perro enjuto y macilento, de color marrón, que al verme me gruñó y se pegó a las piernas de una de las mujeres.  En la plaza, varias personas hablaban, y junto a la biblioteca , un corrillo de niños jugaba a la pelota. “Mañana es la Noche del Terror” se decían, y todos parecían muy animados.  Nadie me dirigió la palabra.  Entonces vi a Juan y a Pedro, mis mejores amigos, sentados en uno de los bancos.  Al verme, ni levantaron la cabeza.  Parecían muy preocupados.  No dije y nada y seguí caminando.

    Al día siguiente, tras una noche tranquila en la tienda, todo el pueblo parecía preparado para La Noche del Terror.  Había muchísima más gente por la calle que normalmente, y todos reían.  Faltaban , apenas, tres horas para que el sol se pusiese, y empezara el terror.

    Llamé por teléfono a Juan , pero no lo cogió.  Lo hice entonces con Pedro, pero tampoco respondía.  Empecé a preguntarme que era todo aquello.

    Cuando llegó la noche, la Vía Verde estaba muy concurrida.  Varios muertos y zombis deambulaban por el bosque, y de cuando en un cuando, un grito ahogado se dejaba escuchar.  Yo estaba sentado en una piedra caliza, mirando las montañas.  Serían las once de la noche.  Entonces los vi.  Caminaban entre la gente sin apartarse, en línea recta, diríase que a través de ellos.  Eran en total unos diez, vestían capas remendadas de negro, y largas togas encapuchadas , sin que se entreviera el rostro.  Nadie los parecía ver.  Al pasar junto a mí, se quedaron quietos.  Cada uno llevaba un cirio que se derretía sobre sus manos.  No hacían ruido.  El primero, me miró, y con voz gutural, dijo:

    “Ven con nosotros”

    Al instante, me levanté de la piedra y me acerqué.  No podía moverme por mí mismo.

    “Tú también estás muerto" " El frío acuchillante de la noche lo hizo" " La tienda dé campaña estaba abierta" "y por ella entró la muerte, con su manto de indiferencia".  Ven ahora, amigo" "Ven, por que tú también estás muerto"

    Y me uní a ellos.  Desde entonces estoy con ellos. Cada Noche del Terror, nos dejamos ver fuera del cementerio.  Eternamente , desde lo mas alto del inframundo.

    Eternamente, por el silbido que mece los olivosEternos, en San Nicolás del Puerto